UNA DE LAS SOMBRAS DE LA PUBLICIDAD ELECTORAL: LA DIFAMACIÓN
Las elecciones democráticas en Colombia, particularmente en Cali, carecen de debate razonado y argumentos demostrables.
Las pasadas elecciones regionales de 2023 en Cali revelan una tendencia alarmante de la política nacional: la prevalencia de la difamación sobre el debate sustancial y la publicidad electoral como un mecanismo rápido para transmitir este tipo de mensajes a los votantes.
Cali eligió a Alejandro Eder como su nuevo alcalde. La campaña de este líder se caracterizó por dirigir sus fuerzas contra Roberto Ortiz, conocido como “El Chontico”, a quien consideraba su competencia más fuerte. Eder y los demás candidatos, motivados por la ausencia de Ortiz a los debates, invitaban a no votar por “el ausente”. Su falta de interés por debatir y presentar sus propuestas, así como su posible vinculación con la administración del alcalde Jorge Iván Ospina, de baja aceptación, fueron algunos de los argumentos que esgrimieron en su contra. A medida que se acercaban las votaciones, la difamación creció alrededor de la disputa entre Eder y Ortiz. Las propuestas quedaron de lado, dando paso a discursos que apelaban a las emociones de los votantes.
El pasado reciente
En Colombia, a partir del 13 de marzo de 1988 se estableció que el poder ejecutivo local debería estar en un solo individuo; así surgió la figura del Alcalde. Según María Teresa Pinto Ocampo, politóloga y magíster en Estudios Políticos y Ciencia Política, desde entonces los votantes sentían más confianza por los empresarios que por los políticos al momento de votar. La política local ha ido cambiando, aparentemente, y surgieron nuevos partidos políticos, muchos creados por políticos que decidieron desligarse de liberales y conservadores, quienes hasta inicios del siglo XXI lideraron en los comicios.
Desacreditar a un candidato es una práctica recurrente en la historia electoral de Colombia. Por ejemplo, en las elecciones regionales de 2003, se libró una disputa entre los políticos tradicionales (liberales y conservadores) y el candidato independiente, en ese momento, Angelino Garzón, para llegar a la Gobernación del Valle del Cauca. Los políticos tradicionales intentaron convencer a los votantes que la Seguridad Democrática, promulgada por el entonces presidente de Colombia, Álvaro Uribe Vélez, estaría en peligro si Garzón asumía la gobernación. En esa ocasión, no sirvieron los ataques orquestados, pues a pesar de la campaña en su contra, Garzón obtuvo más del 60 % de los votos.
Un ejemplo más reciente a nivel nacional fue el plebiscito por la Paz celebrado en 2016, mecanismo mediante el cual el pueblo colombiano expresó su posición frente al proceso de paz que adelantó Juan Manuel Santos con la guerrilla de las FARC. El resultado fue una victoria del “No”, con 50,21 % de los votos, contra un 49,78 % del “Sí”, manifestando un gran desacuerdo con la firma de la paz entre el Estado y las FARC. Este hecho reflejó la profunda polarización que se vivía en el país. La campaña del “Sí” se centró en presentar a sus seguidores como defensores de la paz y a los que votaban en contra como promotores de la guerra, reduciendo un tema tan complejo al maniqueísmo. Subestimaron a la población que no estaba convencida del acuerdo, que veía falencias en el proceso; en realidad, poco se interesaron por escuchar a estas personas. Por otro lado, la difamación fue la protagonista en la campaña del “No”. En palabras del director de la campaña, Juan Carlos Vélez Uribe, la idea era centrar el mensaje en la indignación. Así, se hicieron comunes acusaciones a los acuerdos de paz, señalando que se trataba de un “golpe de estado a la democracia”, una “dictadura” o que llevarían al “Castrochavismo”. Así lograron que muchas personas se asustaran, se molestaran y votaran por el “No”.
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¿A qué llamamos difamación?
Para entender estas estrategias políticas es esencial definir el concepto de difamación. La RAE lo describe como la actividad que pretende afectar negativamente la reputación de alguien mediante la publicación de información en su contra. ¿Algo nuevo en la política? No. Hoy en día, señalar sin argumentos toma mayor relevancia que dialogar y debatir. Las campañas de difamación buscan dañar al adversario y desviar la atención. Usan propaganda negativa y malintencionada, apoyada en citas fuera de contexto e imágenes distorsionadas. Muchas veces el ataque se torna personal, centrando el interés en la vida privada de los candidatos, más que en sus ideas y propuestas.
Eder vs. Ortiz
Ortiz basó su campaña de difamación en criticar la participación de Eder en los diálogos de paz entre las FARC y el Estado colombiano durante el 2016. Ortíz aseguró que Eder hablaba de seguridad, pero era quien se había encargado de entregar el país a las FARC y eso mismo pretendía hacer con Cali, pero en esta ocasión entregaría la ciudad a otra guerrilla, el ELN. Coincidencialmente (¿o no?), empezaron a aparecer en las vías públicas de la ciudad unos pasacalles que contenían mensajes muy sintonizados con las declaraciones de Ortíz. Al lado de una foto de Eder, se leían textos como:“Dialogaré con el ELN como lo hice con las FARC”, o “ya se le arrodilló a la guerrilla: ¿quieres un blandito con la delincuencia?”. Hasta el día de hoy, no hay certeza de que Ortiz haya ordenado instalar esos pasacalles o entregar volantes con mensajes difamatorios, pero para muchos es apenas lógico deducir su origen.
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Por su parte, Eder optó por vincular a Ortiz con el alcalde Jorge Ivan Ospina. Apareció la palabra “chontinuismo”. La campaña de Eder intentó develar la supuesta cercanía entre Ortiz y Ospina, lo cual era mala propaganda para “El Chontico”, pues Ospina había sido criticado constantemente, terminó con una baja aceptación y su administración había sido investigada por inconsistencias en contratos. De esa manera, quiso desmarcarse de ellos, proponiendo una forma de gobernar distinta, según él. En este caso, la publicidad electoral también fue relevante: aparecieron en las calles de Cali montajes fotográficos en los que se unía la cara de Roberto Ortiz y Jorge Iván Ospina, mensajes relacionados al “chontinuismo”, y un juego de palabras con el proyecto del tren de cercanías para relacionar a Ortiz y Ospina.
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Ambos candidatos prometieron medidas contra la campaña sucia, pero ninguno asumió la autoría de la propaganda negativa. La Ley 140 de 1994, que regula la publicidad exterior visual a nivel nacional, en su artículo 9 ordena que ninguna publicidad puede contener mensajes que constituyan competencia desleal o atenten contra las leyes de la moral. Sin embargo, esta norma está muy lejos de acatarse en cada elección, normalizando la difamación en las campañas políticas.
Ausencia de debate
En la carrera por la alcaldía de Cali la ausencia de discusión razonada fue evidente, especialmente por parte de “El Chontico”, cuya campaña estuvo marcada por la reticencia al debate y la carencia de argumentos sólidos. A veces sólo con dinero no alcanza. El resto de candidatos intentaron capitalizar esta ausencia, presentándose como alternativa y enfocándose en indicarle a los ciudadanos el candidato que no merecía su voto, en lugar de presentar propuestas claras. Los intentos de debate se limitaron a dos perspectivas repetitivas: no hay que votar por el que faltó a la mayoría de debates y hay que acabar con el continuismo. Y semanas antes de conocer al nuevo alcalde la contienda se polarizó más, dividiendo la ciudad entre Eder y Ortiz y la publicidad electoral basada en la difamación se encargó de avivar dicha polarización. Los debates se convirtieron en expresiones de emociones más que en discusiones de ideas.
Estas elecciones ofrecen un panorama desolador del futuro de los debates políticos en Colombia. La ausencia de discusión de ideas pertinentes se ve reemplazada por la difamación, empobreciendo el proceso electoral. El día de las elecciones, los ciudadanos votan en contra de alguien, en lugar de votar por el candidato que les convence con sus ideas; otros se abstienen de votar ante la falta de argumentos que hacen dudar de la idoneidad de los candidatos para administrar una ciudad.






